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CREADOR DE MUJERES EN BRONCE
Era ella una mujer desconocida, suspendida en una hamaca, con una mirada altiva, serena y sensual. Con el vigor del trópico y la serenidad de quien ha vivido intensamente. Ella, todo un misterio en femenino, es también una creación magistral de Cornelis Zitman.
Nacido en Holanda en 1926, escapó de allà en un barco petrolero de la Esso llamado Saturno, a fin de evitar el servicio militar cuando la Segunda Guerra Mundial. Fue muy bien acogido por la tripulación debido a sus habilidades como dibujante, a tal punto que llegó a crear un mural en el comedor de oficiales. Arribó a América por Aruba, de allà a Maracaibo y luego a Punto Fijo en busca de su hermano, quien trabajaba en la compañÃa Shell. Luego, se establece en Coro como dibujante en una pequeña empresa constructora.
Se casó con Vera, su novia de Holanda y se muda a Caracas, donde conoce a Virgilio Trómpiz, Alejandro Otero y otros artistas con quienes trabaja en el Taller Libre de Arte.
Para su sorpresa ganó el Premio Nacional de Escultura en 1951 con una esculturita en yeso que habÃa hecho en Coro y que a la sazón habÃa entregado al Salón Oficial. Zitman lo narraba como una anécdota de la siguiente manera, “asà caà en la escultura, y aquà me tienen sentado, me dicen que soy escultor”.
Este hombre extraordinario, al final de su vida, la define como una de riesgos y sin un plan preconcebido. De su experiencia nos da una recomendación: aprender a decir no, pues abre campos. De esa máxima solo hace una excepción, nunca le digas no a la esposa.
Hizo suyo nuestro paÃs y nosotros lo hicimos a él uno de nosotros. Allà en esa casa imposible, en el abandonado trapiche de caña de azúcar de La Trinidad, que convirtió en su taller y en su vida, Zitman realizó su obra sobre la figura humana, fundamentalmente femenina y venezolana. Un espacio para la creación y para expresar su personal interpretación de la realidad circundante. Un lugar que convirtió en el centro de su actividad y en su refugio, hasta verse rodeado de su tribu, que son todas sus figuras, sus trabajos.
En su mensaje a los jóvenes sostiene que lo primordial es encontrar la forma de comunicar un mensaje propio y personal. Una verdad que uno va encontrando poco a poco, hasta hacerla realidad tangible. De manera que uno pueda mirar atrás y decir he cumplido. Allà queda mi obra.
HOY ME ATRACASTE
Era temprano, con la frescura que ofrece una madrugada al despuntar las cinco de la mañana. Me permitÃa caminar tranquilo, entusiasmado, inmerso en los desafÃos de esa nueva semana que la vida me ofrecÃa, como una oportunidad más para contribuir en la reconstrucción del estado Vargas.
Cuando súbitamente nos cruzamos en aquella escalera. Bajaba yo con mis dos maletines negros, y tú tenÃas los brazos bajo la franela cubriéndote el estómago, imaginé que debÃas tener hambre y frÃo, te juro que pensé, cómo puedo ayudarlo sin que ello signifique un riesgo para mÃ. Pero no hizo falta que lo pensara mucho, comenzaste a hablarme, a dirigirme aquella secuencia de palabras ininteligibles, todo parecÃa muy desconcertante, hasta que, en medio de tus frases apretujadas en la penumbra, surgió claro y firme el vocablo ‘atraco’.
A partir de allà todo estuvo claro, mis piernas corrieron delante de mis maletines en la medida que yo trataba de alcanzarlas, rodamos todos, incluso tú, hasta el final de la escalera. Cuando llegamos abajo, parecÃa que hubiéramos hecho un acuerdo, una transacción tácita, tú estabas asido a uno de mis maletines y no habÃa forma de recuperarlo, o yo lo soltaba en ese mismo instante o ponÃa en riesgo todo lo demás; tomé la decisión, ese maletÃn ahora es tuyo. De mi lado de la partida me queda mi otro maletÃn con mi ropa vieja y remendada, mi cartera medio rota, mi reloj Casio de veinte bolÃvares y mi vida que no son poca cosa.
TodavÃa conjeturo sobre una teorÃa que explique cómo fue posible que hayas acertado con el maletÃn más valioso, contentivo de los libros que explican el secreto del éxito industrial del Japón. TodavÃa me emociono al recordar tu cara ilusionada sintiendo entre tus brazos el enorme peso de aquella maravillosa carga de conocimientos.
No tuve tiempo de intercambiar contigo nuestros aparentemente comunes intereses en el mejoramiento de procesos, pero siento ilusión al imaginarte compartir aquel tesoro de sabidurÃa con los compañeros de tu comunidad, discutiendo cómo van a participar en la mejora continua de los servicios de atención social, y en la aplicación de esos conceptos para la elevación de la calidad de vida de nuestras comunidades.
Te imagino conmovido, rodeado de los niños de tu comunidad, utilizando la calculadora financiera HP de notación polaca inversa, para estimar los ingresos futuros que esos pequeños recibirán de las sabias y prudentes inversiones que hoy, como nación, realizamos con la siembra de petróleo.
La última vez que te vi, corrÃas emocionado, con ilusión hacia la oscuridad y la lejanÃa, sintiendo la carga enorme de aquel equipaje, como si supieras previamente el valor de los maravillosos tesoros que son esos textos. Si tuviera la suerte de encontrarte de nuevo, sólo te preguntarÃa ¿cómo sabÃas con anticipación que allà estaban los valiosos secretos que ayudarán a nuestra gente a salir del atraso y la pobreza?
EL MENSAJE DE ATAPUERCA
Hoy hablaremos de Solidaridad y para ello viajaremos quinientos mil años en el tiempo, a un lugar conocido como la Sierra de Atapuerca, en el medio de lo que hoy llamamos España.
AllÃ, una tribu nómada de nuestros antepasados intentaba organizarse para enfrentar un ambiente adverso. Entre ellos habÃa un hombre corpulento de unos cuarenta y dos años, un anciano para su época, pues no vivÃamos tanto entonces. Él habÃa desarrollado una deformidad en sus cervicales, y este dato es interesante, ya que significa que no podÃa cazar, no podÃa alimentarse por sà mismo, dependÃa de los demás para sobrevivir. Se piensa que nuestro hombre aportaba su experiencia y sabidurÃa recibiendo, a modo de colaboración, sustento y manutención.
Aquà estamos en el punto más importante de esta historia, pues luce que aprendimos a ser solidarios antes que a construir viviendas o a hacer caminos. Entendimos desde muy temprano, que ayudándonos los unos a los otros tendrÃamos mejores oportunidades de sobrevivir y ser mejores personas.
Este es el mensaje de Atapuerca, el mensaje de la solidaridad, que puede ser tuyo hoy con solo tres pasos. El primero, intégrate, habla con los demás, conócelos. El segundo, observa dónde puedes ayudar o en qué momento puedes dar tu aporte, y el tercero, atrévete, atrévete a entrar en acción y participa en la red mundial por la solidaridad.
Ahora que esta nueva etapa comienza en Venezuela, será fundamental el mensaje de Atapuerca: el mensaje de la solidaridad.
CONTACTO:
ftorre@usb.ve
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